sábado, abril 18, 2009

Santiago Márquez/La creación

La creación

*fragmento

Jehodeo ató a una lechuza con las patas en el pico de otra, las patas de esta segunda en el pico de la primera. La conmoción de los bichos, condenados a estar juntos, hermanos y enemigos, amigos y desconocidos, fue el único actor efectivo que dio lugar al primer existente. Contento con su hallazgo, siguió atando lechuzas pico con patas y patas con pico. Cada vez que nace algo en algún mundo, está Jehodeo, atrás de su espejo, la puerta de la existencia, atando lechuzas.

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A los veinte años Corvo se exilió en un cerro de unos cincuenta metros de altura. Estaba obligado por la historia a inventar una disciplina en base a la cópula entre la danza y la semiótica. Miró al sol al ojo, le explico, de él recibía sus propias y personalísimas opiniones. El sol habló con una voz musical, en once compases, aproximadamente.

-Quedate ahí hasta los treinta y tres, está buenísima la montaña.

Corvo sacudió su cabellera al sonido de unos acordes como tónica, novena bemol y tercera menor, en tuba y una octava más arriba en violín, también arpegiados, se pegó en el pecho como percusión para esa música de esferas resbaladizas, poniendo cara de león alado, y se sentó en una piedra, a esperar trece años. No fue en vano, una cucaracha le reveló. Era inmortal, esto mientras esperaba. Habiéndose enterado de esto, no tenía mucho sentido el haber estado trece añitos en un cerro, solo porque el sol dijo “montaña”, pero había ido con una… Misión, entonces esperó a inventar la danza semiótica para abandonar la montaña.

Cuando descubrió la danza semiótica, fue un milagro, Corvo en ese instante cumplió treinta y tres años. Y rodó montaña abajo empujado por un cascarudo de ilusión, en realidad el primo de su cucaracha profética, lo empujaba y Corvo rodaba por la cuesta, porque había engordado mucho en el cerro, tanto, sus orejas habían subido de lugar y parecía un oso. Cuando Corvo hubo quedado a la bartola, cuando el cascarudo se fue, apuradísimo a lo alto, para hacerse una tirada de tarot egipcio con su prima, rodando… rodando Corvo recorrió gran parte del camino, hasta golpear a su profesor de Estética y Semiótica de la imagen en una universidad ya distante en su memoria. Fue como una bola pegándole a un único bolo, pero con sangre e insultos. El profesor le dijo padre de los piojos a Corvo, mientras lo golpeaba con un paraguas agujereado, cuya tela estaba estampada con nombres de famosos exegetas. En ese momento Corvo comenzó lo quedamos en llamar la Primera Danza Ritual.

Primera danza ritual, invención de la danza semiótica, gestos:

*abrir y cerrar un libro (representa los libros)

*bailar (representa la danza y al bailarín)

*palmas de las manos juntas y ojos mirando al cielo (la meditación)

*cruce de piernas con los pies sobresaliendo por arriba (el budismo)

*simulacro de orgasmo femenino (el nirvana)

*gesto de nadar (el Tao)

*golpes con las palmas de las manos en los cachetes, silbidos y pedos con la boca, una mano agarra fuerte a la otra, el gancho (la unidad, y la fraternidad entre todos los miembros del género humano sin excepciones)

Cuando terminó la danza, estaban los dos sentados frente a frente, con las manos en las rodillas y la espalda recta, mirándose con ojos y semblante inocentes. El profesor intervino primero, desde una dinámica discursiva que confirmaba su reputación intachable.

-¿Seguís bailando, maricón?

A lo que Corvo, parecido a un oso, contrario al profesor, parecido a un pájaro, respondió telepáticamente, iba a ser profesor de danza semiótica, el primero y el último, le explicó detalladamente, también en forma telepática, el método y los objetivos de tal disciplina. Cuando el profesor balbuceó espantado para comenzar a argüir que para la danza semiótica no estaba preparado el hombre, Corvo le confesó telepáticamente que amaba a los hombres, era inmortal y se sentía muy solo por eso. Que el único modo de ser estimado era inventar un método preciso de salvación, aunque fuera falso, inaccesible e intransferible. Por lo tanto fundaría la Escuela de Danza Semiótica, explicó telepáticamente, en el mismo tono. Él, el profesor, podía si quería ser un esbirro, un alumno, o encarnar a una divinidad muda en las obras de las fiestas de fin de año. El profesor lo miró con pena, como se mira a un hijo antes de embarcarse el crío obstinado y terco con su flotador en una piscina olímpica climatizada. El gesto de asco en la cara del profesor hizo que Corvo comprendiera. No, no, no, no, no… ÉL…, él se confrontaría con algún dios, ciego, sordo, mudo, aquel de donde se saca la historia, estando a sus pies nos excitamos, éste a su vez le presentaría a algún otro dios, lo haría esperar unos años, llegaría a conversar con las cucarachas… quienes le revelarían su inmortalidad, y la inmortalidad nos da tiempo para inventar cosas maravillosas, como una disciplina basada en dos polos-pilares simétricos y de igual importancia: la estética y un sueño donde los dioses juegan a los dados, para por fin poder crear un mundo, Ellos se esforzarán inmensamente por despertar Ése Mundo.

Corvo se calzó la capucha, posó una mirada indulgente y aguda en el entrecejo del profesor, miró al cielo, como pidiendo inspiración, y al final dijo, como cantado con las siguientes notas, sol, do, re, si, do, la, si, la:

Cada loco con su tema…

Acto seguido, cerró los ojos y se desvaneció.

SANTIAGO MÁRQUEZ (Uruguay, 1986) desea ser cocinero. Escribió El jardín Cercado, que pasó a integrar con la generación inmortal, Corvo y corpo y el último jardín, un libro que se llama Leprosario. Ahora trabaja en Dodo, que parece que va a correr la suerte de terminar siendo la introducción de todo lo anterior. Todo esto está inédito. Estudia letras en humanidades, con poco sentido del tiempo institucional. Leyó poesía en bares antes de que tocaran bandas de amigos. Tocó en Churrascot, Walter Ego, y la Casa sin Fotos. Como artista plástico el único contacto que tuvo con el público fue una muestra en el mincho bar, en el año 2007. Publicó las revistas de bajo presupuesto Sismo, Gol y varias que no salieron nunca, como Tengo Captor y Altalcurnia. Empieza a escribir en una clínica siquiátrica y así también su primer libro, cuatro años después en su cuarta internación.

Texto cedido por Yaxkin Melchy

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cada vez que leo este texto me acuerdo de Daniel Paul Schreber... Y aún más con las anotaciones biográficas.